Caminaba despacio calle arriba y de pronto… como si de un espejismo se tratara, le vi.
Me paré de sopetón al vislumbrar esa maravillosa forma que tenía ante mí; agradecida por no haberme desmayado, comencé a pensar el modo de alcanzar este descubrimiento mío.
Pensé en aquella parte trasera posicionada de mil maneras. Ahora para arriba… ahora para abajo... ahora lo masajeo... ahora lo caliento… y esta imaginación mía se desbordaba y la pituitaria comienzó a funcionar, y la saliva casi se hace babeante.
Quiero verlo de cerca, y para ello, empujo a todo aquel remolino de gente que ansía lo mismo que yo. Escucho un murmullo que interpreto lejano aunque esté a mi lado, y escucho unos cuchicheos que me tachan de chula y abusona mientras yo, miro al tendido y les digo que es mío. Que me ha cautivado y me pertenece por completo.
Todo el gentío me observa y me deja avanzar entre codazo y codazo, para no contrariar a una demente, me imagino; y a mí me importa un bledo que digan y piensen lo que quieran, mientras yo alcance eso que ansío.
-Señora ¿qué es lo que desea? Me dice la tendera.
-Por favor, es importante; toda mi familia viene a casa para pasar la Navidad, y me encantaría obsequiarles con esa parte trasera de cordero que tiene expuesta en el escaparate. Ya me lo he imaginado de mil formas y con mil aromas. No puede defraudarme...
¡Démelo a mí! Sabré compensarle con una buena propina.
-Señora, no es cordero, es un pollo de aldea. Lo siento mucho; la veo perdida; tiene que centrarse un poco y saber ciscernir una cosa de la otra.
-¡Vaya, he vuelto a equivocarme!. Y es que desde lo de Pepín, no he vuelto a levantar cabeza.
P.D.
Pepín era alguien que no era. En fin… yo me entiendo.