Un día, había una gaviota que después de haber sobrevolado el mar, llegó a la tierra.
La gaviota fue a un lago y se puso a buscar alimento encontrando una garza que deseaba lo mismo.
La gaviota le dice que ella llegó primero y que la pesca le pertenece.
La garza le dice que ella está ahí desde siempre y que le pertenece a ella.
Entonces el pez, que nadaba en al lago, motivo de su disputa, emergió entre las vibraciones y dijo:
El primero que me de la respuesta que busco llevará ese alimento, que soy yo.
¿Cuál de los dos llegó primero?
Ellas le dicen: No sabemos
¿De dónde habéis venido la una y la otra?
Ellas le dicen, del cielo.
Y ¿A qué habéis venido a la Tierra?
Bajamos para alimentarnos.
Pues no importa si venís de la tierra o del mar, ya que ambas sois del cielo.
Tampoco importa vuestro tamaño ni vuestra destreza, si ambas sabéis surcar el cielo.
Por eso os digo que yo me brindo a ser vuestro sustento. Pero en vista de que vengáis de un lugar u otro, no aporta privilegio, tomad de mí, un bocado cada una.
Pero, así no nos atrevemos a comerte, nuestros picos no quieren hacerte daño, le dicen.
Así es.
Estáis reflexionando y la reflexión es buena consejera.
Por eso, cuando deseéis hacer algo en el cielo o en la tierra, debéis parar de batir vuestras alas. Reposar las patas en el suelo y alcanzar con vuestras vibraciones, el conocimiento.
Debéis saber que unos vuelan, otros reptan, otros caminan, otros nadan, porque existen caminos, mares y alfombras en donde reptar en la pradera incluso árboles majestuosos para escalar.
Todos somos vida y juntos conformamos la diversidad. Habéis de saber que yo, un pez, también soy necesario; tanto como vosotras, aves, que surcáis el cielo.
Respetémonos, y antes de comer el bocado del otro, sepamos que el otro también tiene algo que decir, por ser un viviente más.