
Vuelves a casa, como ayer; vuelves a casa, y la derrota habla
con el silencio.
No dices nada porque todo se ha dicho, y el antes se repite
volviendo a ser mañana.
No has visto que sembré flores en el huerto, y que las amapolas
se visten de color
No has visto que los laureles cantan con los grillos y que las espinas
ya no trazan heridas.
No has reparado en mi cambio de vestido, y tampoco en el rictus amargo
de mi mirada.
Me doy la vuelta y contemplo lo que tú no has visto, por tus ojos cerrados.
Salgo y me invade la brisa, esa que ajusta el vestido entre mis piernas
y me balancea la noria de los presagios tristes de un adiós.
Y me tortura la idea de una historia acabada, con silencios vertidos uno a uno
Esos silencios que parpadean trillando la muerte de las palabras.
Miro ese sombrero de paja que llevo sobre mi cabeza, e intento
que brote la mágia del ilusionista, haciendo bailar esas palabras que han enmudecido.
Pero sólo surge la risa inanimada y fría de las ausencias, y los reproches y las miradas solas
brotan con los golpes de mi varita, que se afana en hacer que resurja
aquello que brilló, tal vez... un día.