
Conocí las distancias en cada remolino que el río sembró en mis pasos, mientras jadeante y empapada de miedo comencé el ascenso por la montaña nueva del rocoso camino.
Asomé mil sonrisas y mil caras de llanto. Divisé una plegaria y aquel hechizo oscuro que me invitaba quedo, a seguirlo en sus pasos.
Comencé aquella senda con rostros encogidos y penas en el pecho dejando que mis pies se sucedieran solos, sin sostenes ni abrazos.
Resbalando en pendientes, cosechando tumultos, entristeciendo a unos, alegrando a los otros, sollocé en soledad. Y cargue en mi mochila heridas recibidas mientras lanzaba dardos sin saberlo siquiera.
Me acompañan más almas que peregrinan ya, cogidas de mi mano subiendo mi andadura, y bajando en mi valle.
Diviso sol y brisa y me cantan despacio canciones de belleza teñidas de amistad. Encuentro en la distancia una flor amarilla y corro y ya la tengo reposando en mis manos. No deseo apartarla de un tallo desprendido, y la mimo mirando con ojos de mujer.
Me siento muy despacio y absorbo aquel aroma que tomado en aliento me ayuda en esos pasos que tengo que seguir, creciendo con los logros y menguando en fracasos.
Y meto en mi mochila un logro libertario y un fracaso punzante... Y descubro ese valle que me espera sediento y me apresuro a verlo...