
Me encuentro unas vías que se me antojan, caminos paralelos. Me gusta coger ese rumbo infinito que lleva el viaje lejos; pero... el miedo a la máquina que viene impávida, hace que me desvíe, y otra vez, recojo un fracaso para el equipaje de mi mochila gris.
Me pongo a acariciar un gorrión herido que encuentro sumido en el zarzal de espinas, y al salvarlo, me hiere una punzada.
Alguien viene a mi lado y me presta tiritas, y yo las recojo sembrando una sonrisa y un beso en su mejilla.
Me toma de la mano y subimos colinas y bajamos pendientes, y retozamos al sol de primavera, sin reparar en viajes otoñales, ni en la crudeza del invierno blanco.
Palpamos olor a flores nuevas y cantamos susurros con caricias sentidas. Gozamos de aquel sol que el estío nos brinda majestuoso. Miramos horizontes sin fin... y una playa se levanta gozosa de ser vista.
Nos invade el calor y adentrados en agua, fingimos que no hay hoyo, y braceamos buscando horizontes y luces allá en la inmensidad.
Pero fingir no es bueno, y perdiendo aquel norte, clamamos una luz que nos guíe a tierra firme.