-Hola Dios.
-Hola hija. Te creía perdida. No me miras, no me sientes… si tan siquiera percibes esa minúscula llamita que brillaba por Mí.
-Lo sé. Llevas razón.
-Te he visto caminar despacito; demasiadas veces te encontré mirando atrás con la mirada baja, y evitando la brisa de la mañana.
-Lo sé. Llevas razón.
-¿Y aquella alegría? ¿Qué has hecho de aquella alegría que siempre amanecía contigo?
-La he perdido.
-Ya, ya veo. Pero ¿Qué te ha ocurrido? Sé que me dirás que conozco perfectamente los entresijos de Mente y Alma, pero quiero que seas tú quien descifre el cómo y el por qué.
-No quiero hablar. No tengo ganas.
-Entonces… ¿por qué has venido a verme?
-Simplemente… necesitaba saber si sigues aquí.
-Sabes perfectamente que vivo en todos los que viven, y tengo mi morada en el Yo que habita el cuerpo humano. No me desintegro, ni huyo, ni corro de la Mente, aunque ella me olvide, me vapulee, incluso reniegue de mi Existencia. Estoy en todo lo que miras, en todo lo que ves… estoy en ti, y en el otro… y en el otro…
-Ya… ya…
-¿Qué te ocurre? ¿Qué has hecho con tu vida? ¿Por qué cierras los ojos? ¡Mírame! ¿Por qué te vas? No llores.
Hija… estás regando el suelo con tus lágrimas, alguien puede resbalar…
¡Espera!.
Está claro... no tiene remedio. Creo recordar que tenía un día muy ocupado y no le presté atención suficiente el día en el que la creé. ¡Pobrecita!
¡Espera!.
Está claro... no tiene remedio. Creo recordar que tenía un día muy ocupado y no le presté atención suficiente el día en el que la creé. ¡Pobrecita!