Estaba meditando, sin querer meditar, que eso es bien cierto, sobre lo poco que somos y lo mucho que deseamos parecer.
Me observé como soy, sin chapa ni pintura; o sea, una brizna en el Mapamundi, a merced de algún soplido oportuno o inoportuno, que nunca se sabe bien en donde está lo aconsejable para nuestra vivencia
Sin más, y mientras estaba inmersa en los pensamientos sentí una ráfaga y, tras esa vorágine de viento directito a mi nuca, me convertí en un algo en suspensión sin saberme siquiera si realmente era algo. Y... ¿era algo?
Depende con quien me compare, pero lo cierto es que casi sentí con certeza que no era ni brizna, tan siquiera.
Por eso, comienzo el año con toda humildad. Con deseos de ser mejor; con ganas de sonreír acá y allá, con la sonrisa franca del corazón.
Intento vislumbrarme como una llamita en medio de la oscuridad, para que quien vaya directo al precipicio creyendo que puede volar sin alas, no se de de bruces contra el suelo. Pero... ¿de qué luz hablo, si yo misma estoy estrapayada, abismo abajo...?
Esto no es nuevo. Es una letanía, un mantra que me repito tras las uvas y el sorbito de cava y que, poco a poco, transcurridos algunos días, se diluyen como las burbujas en la copa.
¡Ay, amigos! Cuantos propósitos y que pocos resultados… aunque –estoy pensando-, nunca es tarde.
Tal vez este año, por fin, sea mi año de constancia, de tesón, de escalar un peldañito en las escaleras de la Vida, y de una vez por todas, algo de mi anhelo quede cumplido.
Me deseo a mí misma que así sea. Y digo sin más:
Amén.
