
Estoy en una rama con mi familia; todas juntitas luciendo las hermosas púas al sol.
De pronto, dos mendigos se aproximan por el camino, y en su paso cansino se adivina un hambre de varios días.
Nosotras que tenemos mucho que ofrecer, hacemos un guiño y retorciendo eso que nos une a nuestro soporte, logramos desprendernos presurosamente a nuestro destino. El suelo.
Pero la mala fortuna, hace que apuntemos directamente a esas personas y lo único que logramos es herirles, cuando nuestra intención no es otra que darles eso que llevamos en nuestro interior.
Abrumados huyen sin pararse a mirar, y nosotras yacemos, pobres castañas, dentro del erizo, mientras nos preguntamos:
¿Por qué el ser humano tiene tanta prisa y no se para a mirar las maravillas que les puede ofrecer la vida?