El cinturón está apretado, y así, quien lo sufre, se siente como si estuviera debajo de una apisonadora.
Y es que estamos en recesión.
Apuntamos los deberes por la mañana y quien más quien menos buscamos la extraña balanza del Debe y el Haber, para que nos cuadre el desaguisado. Estamos aprendiendo contabilidad “in extremis”, y aceptando a toda prisa esos vocablos nuevos, que ya nos resultan familiares, de tanto oírlos.
Y yo me pregunto ¿se puede sacar algo positivo ante tanto desaguisado?
Pues sí:
-Hemos aprendido a valorar ese trozo de pan que hace un tiempo corto, sucumbía en la basura al día siguiente.
-Admiramos el día, e incluso se abre la cortina –en otro tiempo cerrada-, para procurar que se filtre un poquito más de luz, en favor de nuestro recibo eléctrico.
-Se admira mucho más el entorno, y los paseos por la Naturaleza son el divertimento preferido, porque admirar y respirar hondo su aire fresco… es gratis.
-Hemos sacado aquel trasto viejo, que nos regaló no sé quien, y nos gustaba más bien poco; y ahora luce su belleza rascada y pulida, en el centro del salón.
-Miramos mucho más a quien tiene menos e incluso le alargamos una mano con lo que esté a nuestro alcance; porque bien sabido es que cuanto menos tienes, mas te congratulas con los de tú igual. Y además ahora nos hemos dado cuenta de que existía el vecino de al lado.
-Y no digamos los rezos nocturnos, de las peticiones al Altísimo, que por Alto, lo habíamos obviado durante toda nuestra vida, al pensar que no existía. Y ahora, se pide esto y aquello –por si acaso anda por ahí-.
Sí… queridos amigos… El ser humano tiene que tomar siempre impulso desde su hundimiento.
Pero la lección más importante, es habernos dado cuenta de cuántas cosas superfluas conformaron nuestra vida.
Y sobre todo, qué pocas cosas merecen realmente la pena.