Dios, adorna las moradas con el Amor y la superación.
Quien cree en Dios, se afianza en su vivencia de Amor.
Quien cree en Dios, alaba su Existencia.
Quien cree en Dios, se involucra en la vida, con la
seguridad de alcanzarle.
Quien cree en Dios, apacienta rebaños desde su reflexión y
reconocimiento en que todo sucede como lección y aprendizaje.
Quien cree en Dios, se mira a sí mismo, mirando desde la Consciencia,
el motivo de su trazado.
Quien cree en Dios, acepta a la Humanidad, con sus Luces y
sus Sombras, ya que los caminos elegidos son diversos y todo lleva hacia una
finalidad.
Quien cree en Dios, cree en Sí mismo y jamás se derrota
espiritualmente, aunque la derrota parezca
ser segura.
Quien cree en Dios, vive convencido de sus pasos de Amor,
porque si la palabra dice “creo” y la actitud del sentimiento del corazón no
asume, la creencia es baldía.
Quien cree en Dios, no distingue razas ni lugares; conoce el
Amor, entona bendiciones, acuna con su vibración de Amor, cada rincón
Universal.
Quien cree en Dios, no está a merced de los juicios de la
tierra y sigue su sendero de Amor.
Quien cree en Dios, no se alimenta de halagos ni de
triunfos, esos que no son más que
reconocimientos del ego raso.
Quien cree en Dios, siembra frutos y admira belleza aún en
un cauce seco.
Quien cree en Dios, no traiciona, no juzga, no deja su
potestad de Amor, en manos banales.
Quien cree en Dios, establece pacto de unión sobre sucesos y
creencias divergentes; sobre juicios del ser humano injusto que teme al otro.
Quien cree en Dios, ama desde el sentimiento aunque reciba
desdén por parte del amado.
Quien cree en Dios, dulcifica vidas, establece pactos de
Amor, une en concordia.
Quien cree en Dios, cree en sí mismo y en él, lo ve y se
asienta en vuelo raso ante sus carencias y se eleva en vuelo Eterno ante su
Sabiduría.
Porque quien cree en Dios, también sabe creer en sí mismo y
en todo lo que abarca su Alma, en sincera concordia.
Quien cree en Dios, no le importa el juicio ajeno, ni las
piedras que le hieren, porque su Luz le hace mirar al otro, desde su propia Luz
y comprende y acoge y responde a las palabras oscuras, con el agradecimiento
que da el sentirse grande al no dejar que sea la mente quien emita juicio.
Y los seres humanos seguimos los caminos y los juicios se
emiten y el Juez físico dicta sentencias y Dios, dice:
“Sé tú, tu propio Juez, y emplea el código que mora en tu
Alma cuando juzgues a los otros”
Celia Álvarez Fresno 6-12-2020