Era día de fiesta.
Los puestecillos reinaban en círculo, dejando un hueco para que los danzarines bailaran al son de la música.
La “gramola” expandía las notas hasta lejos… muy lejos… como señal de llamada a los vecinos; para decirles que ya era hora del baile.
Me quedé extasiada mirando cómo, por arte de magia, el azúcar que un hombre inmensamente alto, colocaba en un recipiente, se convertía en algodón rosáceo.
Me quedé extasiada mirando cómo, por arte de magia, el azúcar que un hombre inmensamente alto, colocaba en un recipiente, se convertía en algodón rosáceo.
Tiré de la falda de mi madre para decirle que me comprara uno y ella solícita, cumplió mi deseo.
Miré aquél envuelto y rápidamente lo llevé a la boca.
Sentí una maraña dulce que se deshacía tan rápido, que casi no me daba tiempo a degustarlo. Era como una inmensa tela de araña que se pegaba a mi cara y de la que no podía desembarazarme aunque tirara de ella hasta pellizcarme.
Recuerdo ese día y durante años me pregunté por qué, aquel embrollo dulce, quedó gravado en mi memoria.
Me llevó tiempo comprender que todo forma parte de la balanza de la vida.
Huy, cómo me acuerdo de los algodones de azúcar. Sobre todo porque algo tan inmenso y con tanto protagonismo se me deshacía en la boca en un segundo. Yo creo que los algodones de azúcar me enseñaron el valor de las cosas sencillas y la cautela con la que deslumbrarse con algo que nos llama mucho la atención, es original, dulce, espectacular...,pero en cuanto lo pruebas, se queda en nada...
ResponderEliminarUn abrazo azucarado.
Hola Celia:
ResponderEliminarAy! el primer algodón dulce...
En la feria los otros niños iban comiendo de esa cosa enorme y rosa que yo no había visto nunca y al pasar junto al hombre que los hacía, también tiré de la chaqueta de mi madre. No sé que me gustó más, si ver cómo se iba tejiendo o comerlo.
Un abrazo
O la balanza de la dulzura jejeje.
ResponderEliminarBesos Celia
Una dulce y tierna reminiscencia que aumenta el platillo de los buenos recuerdos en esa balanza de la vida.
ResponderEliminarUn beso amiga.
La niñez deja recuerdos que son indelebles; aparentemente cosas sin importancia pero que (creo) nos marcan en lo más profundo.
ResponderEliminarPor aparentemente inocentes que parezcan.
Abrazos.
Tu escrito me hace acordar cuando mis padres nos llevaban a la feria de la ciudad, allí nos compraban estas enormes bolas de nieve (algodon azucarado), y lo dsifrutabamos muchisimo... Y vaya que nos engrudabamos de dulce... jajajaajajjaa es así como lo cuentas: una inmensa telaraña.
ResponderEliminarBesitos Cielo.
Querida Celia, tienes un premio en mi blog. "Amigas poderosas"
ResponderEliminarGracias por ese bello comentario que dejaste en mi refugio.
Besitos
Pues a mí no me gusta...
ResponderEliminarNunca me gustó mancharme, y eso deja los dedos tan pringosos que hoy aún recuerdo con horror esa sensación.
( MI madre dice que de pequeña no tocaba la arena de la playa o el parque porque me manchaba. Tendré que ir al psicólogo?)
;)
Besos
Vamos, como para olvidarse del algodón de azúcar!
ResponderEliminarjeje
Besos, Celia!
Que bello texto amiga, lleno de recuerdos dulces como ese algodon de azucar que muchas veces siendo niña disfrute. Besos, cuidate Celia.
ResponderEliminarBuenos días, amigos.
ResponderEliminarSí... con aquél azucar, comprendí que todo tiene un precio. Que la vida tiene su balanza particular y que el gozo dulce, lleva también su lado amargo (el pringue de su contacto con la cara).
Un beso para todos, y gracias.