Miraba en un rincón del patio, el continuo ir y venir de
aquellos que él sentía, sus amigos.
Había bullicio, risas… gritos.
Vivía la algarabía como partícipe, sin participar; de cuando
en cuando, el rictus de su boca pronunciaba una tenue sonrisa.
A lo largo de su vida
pasó mucho tiempo contemplando a los otros -como se mira en el teatro a los
actores-.
Movía sus dedos; conocía cada una de sus huellas, de sus
uñas, de sus pies…
Admiraba la blancura de los rostros de aquellos que jugaban.
Nadie le veía, pero él, con sus risas se reía, con sus
juegos él, jugaba.
¿Qué miras? ¡NEGRO! le dicen mientras le derriban con sus
puños.
Se encontró en el suelo, sin la ayuda de una mano amiga que
acudiera a levantarlo cuando
tumbado, sobre la piedra fría,
lloraba, y en cada lágrima veía la incomprensión y la negrura de los
sentimientos…
Todos se reían mientras él lloraba y jadeando con tristeza
en el Alma comprendió la vida mientras susurraba:
“Yo quería ser blanco como ellos y ya…y ya… no quiero”
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