No sé si era primavera pero recuerdo flores en el jardín de
aquel campo que se movía en el vals del viento.
Llegó la noche y el tiempo dormido esperó la Aurora que
salía del letargo, en la mañana.
Los cielos encendidos manaban cosechas de Luz Eterna para que los vivientes pudieran ver entre la oscuridad.
Y el cielo cerró su ventana y opacado por la brisa de las
decepciones de los habitantes de la tierra, calló por un tiempo.
El sol iluminaba, aunque su brillo no era el de otro tiempo.
Las flores no movían sus pétalos de savia nueva y los
atardeceres se confundían con la noche.
El gentío caminaba calle arriba, calle abajo y en el medio
un Ser iluminaba las plazas y las fuentes. Tenía los ojos abiertos con Luz
divina. Llevaba unas sandalias anudadas con hojas del camino.
En la frente sudor, en su vestidura de blanco inmaculado con
sayón hasta el suelo, parecía trasparentar un corazón ardiente de Luz de Amor.
Caminaba sediento bajo un Sol que hacía fatigar aún al
sentado.
Caminaba con pasos cortesanos y porte de gran Rey.
Tenía los ojos negros y el cabello sudado parecía
desplomarse hasta su espalda.
Un zurrón colgaba en aquel hombro que hacía que el contorno
de su figura no fuera herguido.
Tenía los pies enjutos dentro de unas sandalias casi sin
suelas y debajo de las tiras desgastadas, unos pies cubiertos del polvo del
camino por su andadura.
Abrió sus palabras al viento y su voz no era grave ni
siquiera fina. Era voz de dulzura, como caña de miel.
Sus ojos parecían no mirar a parte alguna, pero sí
transmitían mirada penetrante.
Su nariz aguileña le hacía ver un semblante de presencia
dura con mirada de Luz para mostrar las dos vertientes de la Vida.
Acarició el ramaje que se encontró en el río mientras lavaba
su rostro, que sudado, se mecía entre las gotas.
Y levantó los ojos e iluminó sonrisa ante las gentes que
curioseaban su llegada.
Y levantó su cuerpo y ofreció sus manos aún mojadas, que
fueron requeridas por unos pocos mientras que otros pasaban sin mirar.
Sonreía con mirada penetrante, con Luz de Amor.
Se levantó hasta el risco y allí pronunciando palabras con
sonidos divinos, vertió la savia nueva de una Luz diferente:
“No hay ríos diversos pues todos son manados por la Fuerte
del agua clara.
No hay razas diferentes pues todos llevan un mismo corazón.
No hay dioses diferentes pues todos son Amor.
No hay otro Dios que el Ser que vive en todos en Esencia
infinita, que puede estar callado o
puede ser el Faro del encuentro de Luz, pues solo se manifiesta cuando el Alma
encarnada lo encumbra con su anhelo.
Y Siendo, seguirá siendo,
aunque reine el silencio. Aunque las piedras cubran su cuerpo encarnado.
Aunque el río del Amor brame al ser solapado por la duda.
Aunque se niegue y se deplore su existencia… “Seguirá
siendo”.
Y camino abajo, camino arriba recorrió corazones y sembró la
Verdad, como se siembran las semillas de la Vida.
Y su nombre recorrió los caminos. Y su Luz abanderó la noche
y el día. Y su Palabra se extendió por todos los lugares.
Pero las Luces de la eternidad aunque no apagan no impiden
que las derivas del plano existencial las oculten.
Y la vida corre y la mente manda y el Alma grita su Amor,
pero el sonido del rio aparta a aquel que no se para a mirar todo lo que
alberga el agua.
Celia Álvarez Fresno 2021
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