Tengo miedo.
Tengo miedo a los monstruos con corazón de acero.
Tengo miedo al ocaso, cuando temprano, oculta ese Sol que brilla para todos.
Tengo miedo de las avalanchas de seres humanos que corren
desde uno a otro lugar sin esperar aún así, ser recogidos en su deambular.
Tengo miedo de que la Muerte violenta aceche tras las
espadas que levantadas esperan segar vidas
Tengo miedo del suelo que tal vez se levante, ardiente,
entre ballestas que asestan a no sé quién, perdido en su deambular.
Tengo miedo del pánico que atenaza tanta vivencia cruel, sin
motivo alguno, sin nada más que esa creencia sacada de no sé dónde.
Tengo miedo… ¿tengo miedo?
No.
Percibo pena. Pena por aquel que sufre y más aún por aquel
que mata desde su mente dormida al Amor.
Percibo pena por aquellos “sufrientes” de la vida que temen
ser encontrados tras los muros, o las calles, o las ruinas derruidas…
Percibo pena por tanto caos sembrado ante interpretaciones
variadas de una única Realidad;
de un único Ser que fue interpretado de mil formas y entre
esas formas, las cruces que asolaban
este bello Planeta, que girando, se mueve entre la Luz y la oscuridad.
Percibo pena de esta vida que pudiendo ser una experiencia
bella de aprendizaje y Vida, se convierta en odios y amenazas.
Pero Él, desde la Inmensidad también proclama que en las
vivencias están los diversos caminos y que todos ellos llevan su finalidad, su
propósito, su experiencia a vivir. Su libertad de elección.
Y entonces yo, cojo mis pertenencias, exhalo un suspiro y
sigo pensando en tantas mujeres que aterradas, mueren aún sin haber muerto. Y
en tantos hombres que sin saberlo y tras su arma mortal, inician su “vía
crucis” vivencial.
Celia Álvarez Fresno. 2021
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